miércoles, 5 de octubre de 2011

Las fotos de comunión



Cada vez que paso delante del escaparate de un fotógrafo de bodas y comuniones, no puedo evitar pararme y mirar atentamente las fotos. Pegado al cristal observo detenidamente las expresiones de los niños, los objetos que sujetan, las posiciones en las que están, los trajes, los fondos, los montajes digitales con la cara del niño difuminada como si tuviera un aura.

Me quedo muy pillado.


Hay niños a los que todo este teatrillo les funciona. Porque son más guapos, porque tienen un don innato para posar o porque el fotógrafo ha conseguido sacarlos bien. Supongo que las madres de esos niños, consiguen la imagen perfecta de sus hijos que tienen en su cabeza.

Pero a otros niños el teatrillo no les funciona. Les veo cara de: “no me gusta esto que estoy haciendo”. Otros me parecen de película de terror (mirando a cámara acunando un niño Jesús de escayola), o no entiendo porque sujetan un salvavidas vestidos de marinero. Esas, las fotos que no terminan de quedar bien, son las que más me gustan.


¿Por qué miro estas fotos? ¿Me atrae la sensación de “mentira”, de ficción de poca calidad? ¿Será que hay algo ridículo que es consustancial a las fotos de comunión?, o que sólo si eres la madre del niño puedes entender la foto.


No sé. El hecho es que me fascinan y a la vez me asquean las fotos de comunión. Siempre que veo un escaparate de un fotógrafo me paro a mirar.


Este texto es un ejercicio para el taller de escritura dramática: “Del estupor a la libertad”, impartido por Juan Cavestany, que estoy realizando actualmente en la Casa Encendida.

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